Entrada a la Torre de los Vientos - Ilustración de Vistas de Grecia de Edward Dodwell

La entrada a la Torre de los Vientos es una ilustración de la colección Vistas de Grecia a partir de dibujos publicada por Edward Dodwell en 1821.

La entrada a la Torre de los Vientos, adornada con detallados bajorrelieves, invita a los visitantes a descubrir este antiguo monumento dedicado a los ocho vientos. Ubicada en el corazón de Atenas, esta torre octogonal es un testimonio del interés de los griegos por la meteorología y del ingenio de su arquitectura utilitaria.

A continuación se reproduce la transcripción literal del aviso que acompaña a esta placa:

Al sureste del Ágora se alza la Torre octogonal de los Ocho Vientos, la Clepsidra de Andrónico Cirrestes, descrita por Vitruvio, llamada Reloj por Varrón, y que entonces era, de hecho, el cronómetro hidráulico y el barómetro de la antigua Atenas. Esta torre es más digna de admiración por su originalidad que por su belleza. Escapó a las observaciones de Pausanias, mientras que Estuardo, en numerosas láminas, hace justicia a este considerable y completo monumento de la antigüedad.

En el dintel orientado al noreste, sobre fondo rojo, leemos la famosa inscripción árabe: «La Illahi, Allah, Mahamed u resoul ullahi», que significa: No hay más Dios que Dios, y Mahoma es su profeta.

El suelo interior descansa sobre la parte inferior de la cornisa, a varios metros por encima del antiguo pavimento. Las paredes de mármol están encaladas uniformemente. El mihrab, pintado con líneas perpendiculares verdes y rojas, indica, por su posición, la dirección de la Kaaba u oratorio de La Meca. A cada lado del mihrab hay una vela y también se ve el estandarte verde del profeta. El Corán está depositado en el nicho, y una réplica de la espada de doble filo de Alí cuelga de la pared.

Ante estos objetos, los derviches realizan su danza circular, durante la cual a los espectadores les resulta aún más difícil mantener la seriedad, pues sería muy peligroso aparentar lo contrario. Los derviches no son los únicos actores en esta ceremonia, pues los demás turcos pueden unirse. Sentados en círculo en el suelo, comienzan alabando a Dios y al profeta. Los movimientos de cabeza y cuerpo, que realizan hacia adelante y hacia atrás, al compás de dos pequeños tambores, los únicos instrumentos que los acompañan, indican el fervor de su devoción, hasta que finalmente la furia del entusiasmo se apodera de toda la asamblea. Entonces todos se levantan espontáneamente y, girando sin cesar en su acceso de frenesí, recorren la sala mientras el jeque, o líder, atraído hacia el santuario verde y con un gran turbante blanco, los excita con su voz y el sonido de su gran tambor. Esta curiosa ceremonia tiene un gran parecido con las fiestas de los coribantes, quienes danzaban en honor de Cibeles al son de sus címbalos hasta caer en el delirio; una danza cuya descripción dada por Apuleyo y Estrabón es notablemente aplicable a la que practican hoy los derviches atenienses modernos.